Querido Yo del Futuro, hoy vengo a compartirte un texto reflexivo de este curso en el que te estas preparando, espero que para el día que te llegue tengas un panorama y práctica mucho más acertada y que te sigas preparando día con día para ser mejor, comenzamos. A lo largo de los diez años que llevo como docente, más los cuatro de formación, recuerdo que en la licenciatura nos enseñaron que no debíamos hablar de la muerte, como si fuera un tema prohibido. Recuerdo haber pensado: ¿por qué no? Siendo la única certeza que tenemos en la vida, ¿por qué no hablar, nombrar y visibilizar la muerte? Con el tiempo, y al enfrentarme a situaciones reales relacionadas con el duelo, comprendí que la razón por la que no se habla de la muerte en las escuelas es porque no se tienen las herramientas necesarias para acompañar, contener y detectar cuándo actuar o cuándo canalizar a un especialista. Este primer módulo del curso me ha brindado un panorama más amplio sobre el tema. Me ha hecho reconocer algunas acciones acertadas que he tenido, pero también otras que no había considerado. Frecuentemente escuchamos que "los niños ven la muerte de otra manera", y aunque puede ser cierto, este tipo de afirmaciones suelen llevar implícito un tono de minimización hacia el dolor infantil. El hecho de que no comprendan la muerte como lo hacemos los adultos no significa que no la sientan profundamente. Hoy reafirmo que el duelo afecta directamente el rendimiento escolar, ya sea por la pérdida de un ser querido, un cuidador, una mascota, o incluso por situaciones como un cambio de casa o ciudad. Esta reflexión me lleva a asumir un fuerte compromiso como docente: estar más atenta, no minimizar señales y acompañar de forma empática. Mi papel implica propiciar espacios de conversación, escucha sin juzgar, validar las emociones del alumno, y planificar rutinas que le brinden una sensación de estabilidad y control. También implica fomentar prácticas grupales que fortalezcan la contención colectiva y la red de apoyo escolar. A la par, debo ser consciente de mis propios límites y estar atenta a señales tempranas para activar, cuando sea necesario, la red institucional de apoyo. A partir de ahora, me comprometo a observar con mayor atención señales de duelo complicado: aislamiento, irritabilidad, bajo rendimiento escolar o cambios emocionales notorios. Esto permitirá una intervención más oportuna. Recuerdo especialmente una situación que me marcó. El año pasado, el padre de uno de mis alumnos falleció por cirrosis, el 24 de diciembre. Mi alumno, solía ser muy alegre, comenzó a mostrarse retraído, aislado y con rezago académico. Al hablar con su madre, me compartió que el duelo estaba siendo difícil tanto para ella como para sus hijos. Se le brindó contención y seguimiento. Con el paso de los días, y gracias a un diálogo continuo sobre el fallecimiento de su padre, el niño comenzó a expresarse. Decía que a veces se sentía triste, pero que se le pasaba cuando su mamá lo acarañaba. En actividades escolares donde se hablaba de papás, participaba con entusiasmo, e incluso besaba dibujos que lo representaban. Ese instante me conmovió profundamente. ver cómo los niños buscan formas simbólicas para sobrellevar sus pérdidas me hizo reafirmar la importancia del acompañamiento. Si bien abrimos el diálogo y hubo contención, esta experiencia me enseñó que no basta con decir que los niños ven la muerte diferente. También sienten y mucho, solo que lo expresan de otras maneras.
By YoDelFuturo ®
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Querido Yo del Futuro, hoy vengo a compartirte un texto reflexivo de este curso en el que te estas preparando, espero que para el día que te llegue tengas un panorama y práctica mucho más acertada y que te sigas preparando día con día para ser mejor, comenzamos. A lo largo de los diez años que llevo como docente, más los cuatro de formación, recuerdo que en la licenciatura nos enseñaron que no debíamos hablar de la muerte, como si fuera un tema prohibido. Recuerdo haber pensado: ¿por qué no? Siendo la única certeza que tenemos en la vida, ¿por qué no hablar, nombrar y visibilizar la muerte? Con el tiempo, y al enfrentarme a situaciones reales relacionadas con el duelo, comprendí que la razón por la que no se habla de la muerte en las escuelas es porque no se tienen las herramientas necesarias para acompañar, contener y detectar cuándo actuar o cuándo canalizar a un especialista. Este primer módulo del curso me ha brindado un panorama más amplio sobre el tema. Me ha hecho reconocer algunas acciones acertadas que he tenido, pero también otras que no había considerado. Frecuentemente escuchamos que "los niños ven la muerte de otra manera", y aunque puede ser cierto, este tipo de afirmaciones suelen llevar implícito un tono de minimización hacia el dolor infantil. El hecho de que no comprendan la muerte como lo hacemos los adultos no significa que no la sientan profundamente. Hoy reafirmo que el duelo afecta directamente el rendimiento escolar, ya sea por la pérdida de un ser querido, un cuidador, una mascota, o incluso por situaciones como un cambio de casa o ciudad. Esta reflexión me lleva a asumir un fuerte compromiso como docente: estar más atenta, no minimizar señales y acompañar de forma empática. Mi papel implica propiciar espacios de conversación, escucha sin juzgar, validar las emociones del alumno, y planificar rutinas que le brinden una sensación de estabilidad y control. También implica fomentar prácticas grupales que fortalezcan la contención colectiva y la red de apoyo escolar. A la par, debo ser consciente de mis propios límites y estar atenta a señales tempranas para activar, cuando sea necesario, la red institucional de apoyo. A partir de ahora, me comprometo a observar con mayor atención señales de duelo complicado: aislamiento, irritabilidad, bajo rendimiento escolar o cambios emocionales notorios. Esto permitirá una intervención más oportuna. Recuerdo especialmente una situación que me marcó. El año pasado, el padre de uno de mis alumnos falleció por cirrosis, el 24 de diciembre. Mi alumno, solía ser muy alegre, comenzó a mostrarse retraído, aislado y con rezago académico. Al hablar con su madre, me compartió que el duelo estaba siendo difícil tanto para ella como para sus hijos. Se le brindó contención y seguimiento. Con el paso de los días, y gracias a un diálogo continuo sobre el fallecimiento de su padre, el niño comenzó a expresarse. Decía que a veces se sentía triste, pero que se le pasaba cuando su mamá lo acarañaba. En actividades escolares donde se hablaba de papás, participaba con entusiasmo, e incluso besaba dibujos que lo representaban. Ese instante me conmovió profundamente. ver cómo los niños buscan formas simbólicas para sobrellevar sus pérdidas me hizo reafirmar la importancia del acompañamiento. Si bien abrimos el diálogo y hubo contención, esta experiencia me enseñó que no basta con decir que los niños ven la muerte diferente. También sienten y mucho, solo que lo expresan de otras maneras.
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