Querida yo, Si estás leyendo esto, espero que ya hayas aprendido a respirar sin que duela tanto. Porque ahora, mientras te escribo, siento que el aire me quema los pulmones. Todo pesa. Todo duele. Todo me recuerda a él. Aún puedo ver su sonrisa —esa sonrisa que prometía un para siempre que duró menos de una canción. Me juró que nunca me dejaría sola, y yo, ingenua, le creí. Era tan fácil creerle cuando me miraba así, como si el universo se detuviera un segundo solo para vernos. Pero el universo no se detuvo. Él sí. Recuerdo el último día. La forma en que me evitaba la mirada, las manos temblando, el “no eres tú, soy yo” disfrazado de cobardía. Yo solo asentí, pero por dentro todo se rompió. Me quedé parada ahí, con mil palabras atoradas en la garganta y un corazón que no sabía qué hacer con tanto silencio. Esa noche lloré hasta que se me borró el maquillaje y los recuerdos. O eso intenté. Pero hay cosas que no se borran, solo aprenden a doler en silencio. Y aún así, al día siguiente sonreí, fingí estar bien, le conté a todos que no importaba. Pero sí importaba. Mucho. Espero que tú, la que leerá esto algún día, ya no busques su nombre entre las canciones, ni su sombra en cada persona nueva. Que ya no te tiemble la voz cuando hables de él, que puedas recordar sin que se te quiebre el alma. Y si por alguna ironía del destino, lo volviste a ver… espero que no lo odies. Que le sonrías, aunque por dentro recuerdes lo que dolía. Porque al final, todo fue parte de crecer. De perder. De aprender. No olvides quién eras cuando lo amabas: tan intensa, tan viva, tan tú. Solo prométeme algo: que nunca volverás a mendigar amor. Con lágrimas secas en las mejillas, Tu yo del pasado, la que todavía lo amaba cuando escribió esto.
By YoDelFuturo ®
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Querida yo, Si estás leyendo esto, espero que ya hayas aprendido a respirar sin que duela tanto. Porque ahora, mientras te escribo, siento que el aire me quema los pulmones. Todo pesa. Todo duele. Todo me recuerda a él. Aún puedo ver su sonrisa —esa sonrisa que prometía un para siempre que duró menos de una canción. Me juró que nunca me dejaría sola, y yo, ingenua, le creí. Era tan fácil creerle cuando me miraba así, como si el universo se detuviera un segundo solo para vernos. Pero el universo no se detuvo. Él sí. Recuerdo el último día. La forma en que me evitaba la mirada, las manos temblando, el “no eres tú, soy yo” disfrazado de cobardía. Yo solo asentí, pero por dentro todo se rompió. Me quedé parada ahí, con mil palabras atoradas en la garganta y un corazón que no sabía qué hacer con tanto silencio. Esa noche lloré hasta que se me borró el maquillaje y los recuerdos. O eso intenté. Pero hay cosas que no se borran, solo aprenden a doler en silencio. Y aún así, al día siguiente sonreí, fingí estar bien, le conté a todos que no importaba. Pero sí importaba. Mucho. Espero que tú, la que leerá esto algún día, ya no busques su nombre entre las canciones, ni su sombra en cada persona nueva. Que ya no te tiemble la voz cuando hables de él, que puedas recordar sin que se te quiebre el alma. Y si por alguna ironía del destino, lo volviste a ver… espero que no lo odies. Que le sonrías, aunque por dentro recuerdes lo que dolía. Porque al final, todo fue parte de crecer. De perder. De aprender. No olvides quién eras cuando lo amabas: tan intensa, tan viva, tan tú. Solo prométeme algo: que nunca volverás a mendigar amor. Con lágrimas secas en las mejillas, Tu yo del pasado, la que todavía lo amaba cuando escribió esto.
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